Skip to content

La Diana: Tres Ráfagas Sentimentales y un Soneto Antológico

La Diana: Tres Ráfagas Sentimentales y un Soneto Antológico

Se cumplieron, exactamente, ciento cincuenta años de nuestra inefable DIANA, compuesta por el Maestro Medina, llegado de Ultramar. Al brindárseme el alto honor de poder participar en tan gloriosa efemérides para el acervo sentimental pontanés, se me vienen a las mientes, con inevitable añoranza, las vivencias que pude disfrutar en las dos anteriores (1969 y 1994). De la del centenario –hace ya la friolera de cincuenta años- me retrotraigo a aquel cuartel del Imperio, ya en calle Casares, aún en ciernes. Hacía cuatro años que habíamos refundado “El Degüello” y asistí como Presidente de la Corporación. Conservamos en el cuartel, con orgullo, el presente otorgado. Podría revivir la emoción que representó para “un grupo de muchachos entusiastas” pisar y convivir en aquel lugar sacrosanto de la “Manantería”.

El año 1994, veinticinco años después, coincidió con mi mayor y feliz remembranza, al ser PREGONERO de nuestra Semana Santa, por lo que tuve el privilegio de cantarla con singular emoción, compartida con el Manantero Ejemplar de aquel año –mi inolvidable Antonio Muñoz Cruces- así como presenciar el prodigio de ir sacando del lienzo Antonio Carmona, el excelso momento –motivo del cartel- flotando, su partitura sobre la multitud apiñada en el Calvario. Anhelo ahora, que JESÚS me permita vivir este CL Aniversario, una Cuaresma, densa y pletórica, que tendrá su cénit rayando el alba del Viernes Santo. Para ello os quiero dedicar, con todo mi cariño, estas secuencias, líricas e intemporales, de nuestra inmortal “Diana”

LA ARDIENTE OSCURIDAD DE UNA MADRUGADA SANTA

No ha amanecido aún. Todavía los negros velos de la noche no se han desgarrado. Centellean las estrellas y, soñolienta, la luna llena de la Parasceve levita en los cielos turbios. Sigue palpitando en el espíritu el delirio de una tarde luminosa y de la noche, mística y embrujada a un tiempo, del Jueves Santo. Parecen percibirse, diluidos y persistentes, los tañidos de la campanita de la Cofradía de la Veracruz. Aromas embriagados promiscuan el vino con los fragantes azahares que alientan la madrugada… Aquí dolientes saetas; allá fervientes vivas e improvisados coros, arrullan, con deliciosa armonía, ese dulce intervalo de unas horas.

Un creciente rumor –como si hirviera la espuma de un insólito mar de campiña- asciende por las calles: Una masa humana, henchida de fe y entusiasmo, se va congregando en amoroso cerco al santuario nazareno… Antes, en la duermevela insomne, ha bajado la campanita de Jesús, entre un haz de lirios morados, hasta el cuartel insigne del IMPERIO ROMANO para pedir la “venia”…

Concedida ésta, el resplandor sulfurante de las bengalas; El Marcial Pasodoble; el acuciante redoblar de los tambores; los deslumbrantes destellos de los cascos y los aceros; la bandada nocturna de los albos plumeros; los polícromos matices de vivo colorido de los uniformes, se acompasan y acarician anunciando su llegada, estremeciendo desde las umbrosas hondonadas a las lejanas lomas.

EL ESCALOFRÍO DE UN RADIANTE CONTRALUZ

Allá arriba, en la cima, se alza el arco porticado como una cúpula celestial en la penumbra. La neblina, esbozada por el incienso y el humo de las bengalas, se rasga cuando emerge, soberano, el Nazareno. El Cristo de la Misericordia, San Juan y –hasta tres veces efigiada- María Santísima en sus Dolores, ya le esperan en el Calvario. Hay un silencio espeso y vacilante. Una voz, temblorosa y quebrada, lo rompe: “¡Viva el Hijo del Eterno Padre, Jesús Nazareno!” “¡Viva EL TERRIBLE!” … “¡Vivaa-a-a!” Reverbera la pétrea explanada. Nuevo silencio. Otro nudo de emoción y lágrimas atravesadas. Y es entonces cuando suena la DIANA…

Es como un himno, célico y exultante. Como una salva letífica y lacerante a un tiempo. Es música divina que corazones humanos interpretan, a los que se suman, desde las alturas, arcangélicos romanos y músicos que la interpretaron durante ciento cincuenta años; poetas que la cantaron en versos apasionados; pintores que la enaltecieron con pinceles fervorosos… Todas las almas nobles de los que han sido, son y serán, depositarios egregios, de esta escala musical de la Gloria por la que el PATRÓN se manifiesta a su pueblo.

EL TRIUNFO DE LA LUZ Y DE LAS BRISAS

Ha terminado la Diana. La luz, pura e indecisa, del tibio rosicler se va derramando, tiernamente, por todos los ámbitos, nimbando con tenues caricias el blanco caserío; cubicando con tonos violáceos los contornos de su desigual arquitectura en equilibrio constante con la pendiente. Frescas brisas, peinan y despeinan, los verdes pinares de la ladera y parecen mecer a los cuatro pasos, aún retenidos, aclamados por los cánticos.

Nadie se ha dado cuenta de cuándo y cómo ha amanecido. Subimos, jadeantes, tras los tambores y era noche cerrada. Bajamos, ensimismados y eufóricos, arrastrados otra vez por la muchedumbre y una luz, aurea y espléndida, corona las alturas relucientes.

Sólo los pájaros lo han advertido. La vivaz golondrina –peregrina pasionista de la luz y de la sombra- la despertó hoy la Diana y, acurrucada aún en la cornisa del pórtico, rimó su primer gorjeo con el clarín que tenía en vilo a todo Puente Genil. Junto a oscuros vencejos chirriantes rasea los aires perfumados. Refrena su vuelo rozando, atrevida, el palio abierto a la luz de la Virgen de los Dolores.

Como un cortejo de luciérnagas áureas avanza la procesión, majestuosa, en el contraluz de las calles altas. Son cirios y velas portados por rostros anónimos y penitentes. En cada blandón arde una fe; una “manda” o promesa, invocados tal vez en la distancia, que hoy se cumplen. Desde la cumbre todo resulta mágico y evocador, bajo los purpúreos horizontes. La campanita aún abre puertas y ventanas, descorriendo tules por los que asoman rostros llorosos, sorprendidos o débiles. Se van perdiendo, en dirección a la curva poderosa del río, valientes y bizarros, los pasodobles de los ROMANOS…

Y en medio del Calvario –anclado su paso gótico como una nave imperial de blanca flor y refulgente plata- inmaculada y azul, como bajada del Cielo, LA VIRGEN DE LOS DOLORES.

UN SONETO MAGISTRAL PARA UN MOMENTO EXCELSO

La década de los años cincuenta del pasado siglo fue esplendorosa para nuestra ciudad en todos los órdenes y, en especial, para la Semana Santa. El primer Pregón (1950) y dos años después la fundación de la Corporación “Los Samaritanos” en Córdoba, presidida por el insigne poeta pontanés Ricardo Molina (1916-1968), concitó en torno a ellos a artistas, intelectuales, antropólogos y sobre todo a los poetas del “GRUPO CÁNTICO”, que visitaron Puente Genil conociendo nuestras tradiciones, sobre todo “mananteras”, por las que quedaron seducidos, plasmando, junto a otras vivencias cuarteleras, la Diana como cúspide sentimental. De otra parte, el triunfo apoteósico de Fosforito en el Concurso Nacional de Córdoba (1956) representó una revolución, estética y trascendente, en la ortodoxia flamenca, enaltecido por el propio “grupo” como vanguardia, en el que, junto a Ricardo, destacaba PABLO GARCÍA BAENA. Éste, nacido en Córdoba en 1923, falleció el catorce de enero del pasado año, justamente cincuenta después de nuestro poeta.

D. Pablo –Premio Príncipe de Asturias (1984) e Hijo Predilecto de Andalucía entre innumerables distinciones- nos visitó, al menos, en dos ocasiones la Semana Santa, reforzando estos vínculos por su admiración y amistad con Fosforito. Fundiendo ambas dilecciones, escribió este monumental soneto –de alta calidad literaria, brillantes metáforas y clasicismo cultista- en cincelados versos, en el que, junto a alusiones a las Figuras Bíblicas describe la Diana. Lleva como título “EL TERRIBLE”, dedicado a Antonio

EL TERRIBLE

(JESÚS NAZARENO DE PUENTE GENIL)
por Pablo García Baena

A Antonio Fernández, «Fosforito»
Niega el alba la perla y las violetas
tu salida esperando, Sol sangriento,
y a tu lumbre real, primer aliento,
lirios de oro erige en las trompetas.

Cetro mortal, entre tus manos quietas,
el Árbol solio de tu sufrimiento
y un látigo de gules en el viento
borda tu espalda en púrpuras secretas.

Hastarios y el pontífice judío,
lábaros del Imperio y la serpiente
en cáliz de sibila plata oscura,

rinden a tu abandono y a tu frío,
a tu cansada majestad doliente,
crüenta monarquía de amargura.

Sirva de ilustre colofón.
Juan Ortega Chacón

(1) Lo reproducimos tal como apareció en su obra “ALMONEDA” -Doce viejos sonetos- Ed. Guadalhorce- Málaga (1971). También en “Poesías Completas” (1982 y 1998). También se publicó en la revista de la Agrupación de Cofradías de Puente Genil (Semana Santa 1992).

 

error: Esta opción está desactivada.