JORGE ORESTES, UN HOMBRE ENTREGADO A NUESTRA SEMANA SANTA
UN HOMBRE QUE NOS MUESTRA SU MANERA DE SENTIR LA SEMANA SANTA, A TRAVÉS DE SU CÁMARA
UN HERMANO NUESTRO AMANTE DE PUENTE GENIL.
GRACIAS AMIGO, GRACIAS
“El que ama la montaña”.
Desde que conocí a Jorge Orestes García Gutiérrez me sorprendió lo que creía que era su primer apellido: ORESTES. Sin embargo mi hermano Carlos Mora, mi presidente, me sacó del equívoco cuando me comentó: “No, Orestes es nombre, como el tuyo Ángel”. Y quise saber qué significaba ese nombre, como Pedro, Piedra, base, sustento; Manuel, enviado; o el mismo Jorge, campesino.
Y dicen que Orestes significa “el que ama la montaña”. Y dicen que el nombre define a los hombres de naturaleza vehemente, a los hombres que se manifiestan en la expresión artística, en las cosas del honor y del humor. Que concreta a los hombres exigentes consigo mismo, que se distinguen por su delicadeza, por el buen criterio. Y dicen que las personas con ese nombre tienen mentes de pensamiento eficiente, que se expresan como pensadores originales y realizadores cabales. Dicen que ese nombre sintetiza a los hombres que se agigantan en las empresas sin precedentes, que aman lo práctico y que cuya profesión podría ser: maestro, comerciante, líder, en fin. Dicen que aman lo que afirman y confirman.
Y yo digo: nunca el significado de un nombre especificó mejor, como en este caso, al hombre que lo lleva.
Jorge nació en Huancayo, que es una ciudad del centro del Perú situada al sur del Valle del Mantaro. Es la capital del departamento de Junín y de la provincia de Huancayo, y lo hizo el 9 de agosto de 1941, justo a la hora en que va a comenzar su Pregón de Semana Santa, a las 21 horas. Hace, por tanto 26.147 días que este peruano de nacimiento y pontanés de adopción comenzó a labrar una historia de la que gran parte está mediatizada por lo que viene a exponernos esta noche, por la Semana Santa de Puente Genil, el pueblo del que se enamoró y al que enamoró.
Es hijo de Don José Julio García y de Doña Odilia Gutiérrez junto a ocho hermanos más.
En una infancia feliz, Jorge hizo sus estudios primarios en el colegio que los salesianos tienen en su ciudad natal, pero debido a que don José Julio, para su familia y para nosotros, su familia manantera, “Papá Pepe”, su padre, fue nombrado diputado por la ciudad de Jauja, debieron trasladarse toda la familia hasta la capital peruana donde nuestro hermano continúa sus estudios, también en los Salesianos limeños hasta 1955. Después de este periodo pasa a estudiar al colegio militar “Leoncio Prado”, el mismo que describiera en su primera novela “La ciudad y los perros” el nobel Mario Vargas Llosa, el cual también recibió las enseñanzas de sus docentes, como nuestro Jorge, uno a la 6ª promoción y otro a la 12ª, dejando, sin embargo, distintos recuerdos de su paso cada uno, siendo el de nuestro hermano mucho más valorado por sus profesores que el del novelista.
Nuestro pregonero decide no continuar con la carrera militar (algunos de sus compañeros de promoción hoy son oficiales de alto rango) y prefiere continuar sus estudios universitarios como el resto de sus hermanos.
Siendo “Papá Pepe” abogado renombrado, lo normal es que sus hijos continuasen los pasos de su padre, sin embargo, con nuestro hermano se impone el criterio de Doña Odilia, “Mamá Odi”, cuya familia está relacionada con la medicina.
Y allá que se presenta Jorge en la universidad más elitista, intelectualmente, de Lima ya que para las 100 plazas ofertadas cada curso se presentan más de 5000 solicitudes. En su primera “postulación” Jorge fue “caramboleado” y en la segunda sacó el número 107.
Sin embargo, optó por venirse a la Universidad de Barcelona, una de las diez facultades que ya ofertaban estudios de medicina en España. Después de 29 días en barco, llega al puerto catalán y se encuentra que España está “cerrada por vacaciones”.
Lo que le pasó en esos días sería digno de pertenecer al argumento de cualquiera de las novelas de su paisano Vargas Llosa, o del Gala cordobés, o, incluso, y con mucho atrevimiento por mi parte, pero siempre desde el cariño y la admiración, de las pícaras de Cervantes.
El caso es que al final recalan en Madrid y, para establecerse, alquila, junto a otros compatriotas, un piso, en la calle Bernardina Aranguren por 1750 pesetas (10 €) al mes, ¡con cinco dormitorios!
Lo alquila en el tercer piso, pero ¿quién vivía en el primer piso? Manuel Hervías y sus hermanas, entre las que se encuentra Puri, la que roba el corazón a este emprendedor empedernido. El resto pertenece al secreto del sumario y no me está permitido desvelarlo, porque la vida que comienza a partir del año 63 en que se une este feliz matrimonio estará íntimamente ligada a Puente Genil y su Semana Santa y eso va a describírnoslo nuestro hermano Jorge. Sí debo añadir que, ya casados, y viviendo de nuevo en Perú, perteneció laboralmente a una multinacional de máquinas de contabilidad, y después de ese corto periodo en tierras Incas, vuelven a España en la misma NCR con la que trabajaba en América y se establece en Figueras. Se trasladan por razones de trabajo al sur de España y después de otro periodo de estancia en Granada, se establecen definitivamente en Madrid con la empresa americana de productos médicos ABBOTT con la que trabaja desde 1968 hasta el 1972, año en el que firma con la empresa SANDOZ, que en 1992 pasará a llamarse NOVARTIS y en la que desempeñará cargos de responsabilidad hasta su jubilación. Y aquí le encontramos.
Pero paralelamente a esta breve semblanza de su vida, y digo breve porque como he señalado en verdad que su vida argumentaría su novela, además de las representaciones que he nombrado, la que también entroncaría con el amor.
Y sería esa tal vez la palabra angular de su vida. Amor, en pasado; amor, en presente; amor, en futuro.
Amor en pasado porque no olvida sus raíces. Porque cada vez que te habla de sus vivencias lo hace con ese brillo especial de su mirada que te apabulla emocionalmente, que te atrae sin remisión, que te traslada, con su verbo fácil, grácil, evocador, acariciador, a la época recreada en su Perú pretérito.
Amor en presente, porque su familia es su hoy y su gran pasión, y, como ellos, todo aquel que lo disfruta no puede sino trasladarnos la sensación amorosa que recibe de Jorge, un amor sin alharacas, sin ambages, sin dobleces, sin cortapisas. Recibes el amor que fluye de nuestro hermano como si fuera el pan nuestro de cada día, de la única manera que se puede recibir de un hombre acostumbrado, experto en dar amor a los suyos. Y, junto a su familia, nosotros también somos los suyos.
Amor en futuro porque su impronta ha quedado como signo de identidad en sus hijos y nietos marcando una irrefutable e indómita idiosincrasia en aquellos a los que Jorge ha aleccionado con su experiencia vital. Aquellos que le disfrutan, permanecen por siempre instruidos en el arte de hacer el bien a los demás.
Y, como he expresado, entre tanto, apareció en su vida Puente Genil. Ya hemos percibido a un Jorge conexo con la familia Hervías. Él nos explicará quien, además de esta familia, hará que se enamore de un pueblo, de una tradición, de una manera particular de entender las enseñanzas del Maestro cuando dijo “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Y lo hace entregándose a la devoción de María Santísima en la advocación de la Esperanza.
¡Bueno, y aunque él lo diga, yo también quiero nombrar a su maestro, a su amigo, a su hermano Antonio Mora Expósito! De su mano da los primeros pasos mananteros acudiendo al Grupo Hermandad “La Cepa”, hace poco, hace cincuenta años.
De su mano aprende qué es la Hermandad, porque Antonio era HERMANO, de su mano aprende lo que es LA UVITA porque Antonio era generoso; de su mano aprende a amar a Puente Genil, porque Antonio era, sí, pontanés; de su mano aprende a ser manantero, porque Antonio lo era, y además, ejemplar.
Pero llegó el día, desventurado, en que Antonio le dejó de la mano, a él y a todos nosotros que le disfrutábamos como maestro, y cuál no sería su labor, que Jorge aprendió fervientemente sus enseñanzas y las volcó años tras año, Semana Santa tras Semana Santa, Jueves Santo tras Jueves Santo, conquistando, por acuerdo adoptado por unanimidad de su grupo, el título de Hermano de Honor de “La Cepa”.
Y del mismo modo que su vida se enmarcó con la más ferviente pasión manantera, y como un pontanés más, en Madrid se siente ausente de nuestro pueblo. En Madrid, la nostalgia por vivir la luz pontana, la primavera andaluza, el límpido aire de sus mañanas, el refrescante céfiro de sus tardes otoñales se apodera de su sentir y comparte con la Asociación manantera de Puente Genil en Madrid sus ganas por “volver al pueblo de su ilusión”. Involucrado desde un principio con el arte de la fotografía, ha conseguido dejar impresas imágenes que unas nos han hecho sonreír; otras, que nos han ilustrado fehacientemente un recuerdo; nuevas, que nos han recordado irrefutablemente un dato relegado, las más, que nos han emocionado. Hoy, más implicado si cabe, forma parte del equipo directivo de nuestra Asociación.
En fin, el resto lo dirá él.
Preparémonos para disfrutar de su Pregón, vivamos su Pregón.
Sepamos qué siente un hombre hecho a la Semana Santa pontana.
Ahora nos toca a nosotros. Cojámonos de su mano. Vayamos a su lado a recorrer la calle Santos, a sentarnos con él en el cuartel de “La Cepa”, a ponernos frente a María Santísima de la Esperanza, a oír la Diana, la que tocaba Antonio. Vayamos con Jorge a mirar, a verle, a sentirle, a emocionarnos, a gozarlo, a rezar, no con los labios, sino con el corazón, ante Jesús Nazareno.
Manuel Ángel Borrego